20 agosto 2012

Ahora juguemos a un juego.


Retemos a tu conciencia, esa que insiste en no existir.
Esa que no conoce el insomnio y se alimenta de sus propias mentiras.
Imagina un charco de sangre,  varios años de una vida vertidos en él.
Una instantánea teñida de rojo brillante que dibuja tu nombre.
Unas muñecas desgarradas que dicen "lo sé todo".
O mejor. Imagina un cuerpo lanzado al vacío desde un enésimo desengaño
que aplasta una conciencia, esa que insiste en no existir.
Donde el único colchón es una mentira disfrazada de verdad.
O mejor. Imagina esa mujer que víctima de tu amor kamikaze,
es arrollada por el último tren. Ese que dejaste escapar.
Vísceras pegadas al raíl de toda una vía. La tuya.
Que manchan una conciencia, esa que insiste en no existir.
O mejor. Imagina aquel níveo cuello que besabas anudado al lazo que nos unió.
Una mujer ahorcada en el preciso instante en que cierras la puerta
que tu mismo abriste tantas veces.

Y una nota escueta que escueza.
Una nota que no podrás evitar  ver porque va camuflada en tu correspondencia.
Al más puro estilo Katzenbach.

Sabes mejor que yo que el suicida no teme a nada
porque sabe que lo ha perdido todo.




1 comentario:

No Me Despertéis dijo...

Dejó una nota de suicidio cuando se mudó de piso o de piel para empezar a vivir. La carta decía que hasta siempre es demasiado pronto.